Nada estaba preparado, mi fecha aproximada de parto era a primeros de julio, pero un buen día a mediados de marzo algo empezó a ir mal, estaba de parto, en la semana 25, pero con el suficiente tiempo para inyectar maduración pulmonar para mi bebé, algo que parece realmente importante ya que quizá por esta razón nos hemos ahorrado muchos disgustos. Manuela nació en la semana 26+4 días, con 1kg de peso
Confusión, lágrimas, tristeza, alegría, desesperación, culpa, todos estos sentimientos estaban en mí, todo el mundo habla del alumbramiento, pero nadie en estas circunstancias. No he sabido que es tener a mi bebé en la habitación conmigo, recibir visitas eternas de familiares y amigos, de pasar mala noche porque llora, de tener un bebé lustroso de 3 kilos, de volver a casa con ella. A mí me tocó dar a luz en una habitación con 20 personas, a no poder verla ni cogerla, ya que inmediatamente lo intubaron y se la llevaron a UCI, a no tener ni siquiera nombre para ella, y decidirlo mientras estaba dando a luz,¡¡¡¡ MANUELA!!!!, dijo mi marido, “suena con fuerza, la que va a necesitar”, cuando busque su significado días después, me encontré con “DIOS ESTA CON NOSOTROS” como si hubiera sido una premonición.
Aprendí a cuidarla rodeada de enfermeras, médicos, aparatos, hospital, gomas, enchufes, noticias (unos días buenas otros no tanto), a celebrar cada gramo que engordaba, a enseñarle a comer sin que dejara de respirar, a comprar ropa del muñeco Nenuco porque no había en las tiendas ropa de su talla, a sacarme la poca leche que tenía y dársela como si fuera oro, a irme a casa por la noche, sin ella, y deseando que el teléfono no sonase, a esperar…
Pude sostenerla por primera vez en brazos a los 15 días del nacimiento mediante el método canguro, teniendo a mi bebé en mi pecho, piel con piel, recuerdo que fue el momento más especial de mi vida, fue la recompensa. Comencé a vivir en una escuela de dolor, calor y amor, que era el hospital, no concebía otra cosa que no fuera esa sala, conversaciones de horas con las enfermeras, y ese ir y venir de niños, cada uno con su historia. No tengo palabras para agradecer a todo el equipo que estuvo con nosotros su profesionalidad, implicación, empatía, ellos lo saben, son como ángeles para nosotros, 9 años después seguimos en contacto.
A los 70 días nos comunicaron el alta y apareció el miedo. La felicidad me invadía por tener a mi bebé en casa, pero tantos meses recluidos me generaron mucha inseguridad, necesitaba el pulsioxímetro que medía sus constantes vitales, los consejos, la ayuda del personal sanitario, no dormía, me pasaba el día entero comprobando si respiraba.
Pero no había terminado sino empezado la carrera, ya que ahora empezaba el trabajo, atención temprana, nos dijo nuestro equipo de neonatología (tiene como finalidad evitar secuelas o paliar sus efectos en el desarrollo del niño). Nos asignaron un centro dos días por semana y con un equipo multidisciplinar (fisioterapeutas, logopedas, psicomotricistas, pedagogos, psicólogos). Durante dos años recibió sesiones que nos ayudaron mucho en su desarrollo motor y cognitivo, consiguieron que comenzase a caminar a los 17 meses y a tener un desarrollo cognitivo prácticamente normal.
Durante los primeros años tuvimos que acudir a revisiones de cardiología, neurología, neonatología, oftalmología y digestivo, que finalizaron por completo a los 7 años. Los grandes prematuros son niños con probabilidad de sufrir trastornos de crecimiento, neurológicos, sensoriales y/o psicológicos, tienen riesgos de padecer, retinopatías, enfermedades cardiacas, neurológicas, retraso madurativo, etc.
Nuestro gran aliado fue la asociación APREM, los conocí durante el ingreso hospitalario y fue una luz que me ha acompañado a lo largo del camino, me dieron esperanza, me ayudaron a resolver muchas dudas, a saber por dónde ir cuando de pronto te sientes perdida, a saber si lo estás haciendo bien, a escucharte, a comprenderte, a estar ahí.
Aprendimos a vivir con incertidumbre ya que sobre todo durante el primer año nada estaba descartado, íbamos escalando poco a poco y nuestra hija nos enseño a vivir el día a día.
Manuela, como tantos prematuros ha demostrado ser una luchadora, nos ha dado una gran lección de vida, es una niña inteligente, alegre, sociable y sin secuelas.